JUSTO ALMARIO. El acuarelista de la sonoridad del Caribe.

La música debe hacer saltar fuego en el corazón del hombre, y lágrimas en los ojos de la mujer (Beethoven)

     -"Si lo que tocas no sabe a porro, mejor quédate. Eso puede estar muy bueno, pero no llega al corazón", le dijo su abuela Buenaventura Bertel el día que, muy majo y ufano, quiso impresionarla con lo que había aprendido en su primer año de estudios musicales en el Berklee College de Boston, la universidad privada de música más grande del mundo (y la más cara… aunque estudió becado). Guardó su saxofón con la humildad que lo enaltece, la misma con la que recibió la llamada del Nobel García Márquez, el día que este, muy lejos de Macondo escuchó extasiado "Saxo callejero", una de las más hermosas fusiones de jazz con vallenato jamás lograda por compositor alguno ( Escuchar aquí: Saxo Callejero). Pero esta exitosa creación de Almario es también un mensaje sobre la gratitud, que en él exhala como función vital para su existencia y comprueba que la música no representa sino que vivifica valores. Invitó para realizarla a un humilde pero grandioso músico de las sabanas del Caribe colombiano, Lucho Campillo, para que interpretara el acordeón. Entonces Justo Almario alcanzó a hacer realidad un desiderátum que pocos han logrado: Redefinir el jazz, para que éste no solo sea expresión afroamericana, ampliada ya con la sonoridad afrocubana del latin-jazz, sino hacerlo más propio, más Caribe, muy colombiano, insuflarle un ethos local para hacerlo más universal. Así, Justo Pastor rindió homenaje al compositor, acordeonero y director que lo introdujo formalmente al catálogo nacional de músicos profesionales, cuando sólo tenía 14 años. Campillo, de Colomboy, un poblado sabanero de poco más de tres mil habitantes en el Departamento de Córdoba, fue quien lo escogió para que lo acompañara en la grabación de la cumbia "Rosa María", la que “se fue a la playa”, de la autoría del mexicano Eduardo “Lalo” Montané, quien formó dúo en Veracruz con Benny Moré.

     En 1971, cuando lo descubre Mongo Santamaría en los Estados Unidos, cayó en la cuenta de que en su subconsciente navegaba todo ese legado recibido en el patio de la casa de la abuela. Justo dice que ese bagaje palpita con su corazón: El modo de ser de su gente, el sabor de sus comidas y, sobre todo, aquella música de Sincelejo. Y, mucho más: Encontró respuesta a por qué entre sus permanentes idas y venidas por la calle La Pajuela, entre los barrios San José y Los Libertadores de la capital del Departamento de Sucre, la niña Ventura invitaba a ensayar en el patio de su casa al trompetista más afamado de las Sabanas, alumno de Jorge Rafael Montes, mentor también de Justo en Barranquilla, Pello Torres, junto con Pipe Guarín y Néstor Montes, primo de Lucho Bermúdez. El sancocho de gallina o el mondongo con los que la matrona premiaba al intérprete de porros como el Toro Negro, Soy Sinceano, o la inconfundible cumbia Manuela ("Ay!, dame un besito Manuela, dame un besito Manuela"), más que un sentido gastronómico tenía un propósito aleccionador e inspirador. La huella indeleble de la “sonoridad sabanera”, un concepto que acuña Almario desde que comenzó a compartir sus acuarelas de porros y cumbias con los más afamados jazzistas de los Estados Unidos, y que conjuga, metafísicamente, el sabor del mote de queso, las tajadas de bollo limpio, el arroz de coco y el jugo de corozo, todo eso, con los sonidos de las bandas de músicos de las Sabanas y del Sinú ( Ver: La abuela de Sincelejo).

     Sus deudas son imborrables. El patrimonio artístico del que goza se lo debe, y lo reconoce en todos los escenarios, primero a Luis Arturo Almario Bertel (Licho), su generoso padre que en su cuarto cumpleaños le regaló un piccolo o flautín de 40 centavos, ¡vaya coincidencia!, similar al que don José María Montes, tío de Jorge Rafael Acosta, obsequió a su sobrino nieto Lucho Bermúdez Acosta, poco antes de que el grande genio nacional marchase de El Carmen de Bolívar, en el centro de los montes de María La Alta, a recorrer y desparramar nuestra música popular por el mundo entero. También agradece la formación de tres músicos radicados en Barranquilla: Su padre de crianza Jorge Rafael Acosta Montes, al hijo de este, el reconocido saxofonista Alex, y al maestro Antonio María Peñaloza (1916-2005), el excelso músico de Plato (Magdalena) recordado por su inmortal “Te olvidé”, himno del Carnaval de Barranquilla cuya letra es del poeta español Mariano San Ildefonso. Peña, como le decían sus amigos, incentivó a Justo a estudiar en los Estados Unidos, cuando hacía parte de su orquesta en San Andrés Islas, en 1967. Muestra del conocimiento musical profundo de este formador de estrellas, porque el estudio y la investigación hacen del autodidacta un ser superior, que con su base empírica adquiere con la formación académica la confianza en sí mismo y un mayor “grado de vitalidad”, como enseña Kundera en su Insoportable Levedad del Ser.

El Porro del Caribe colombiano es para Justo como el jazz de Nueva Orleans. Lo ejecutan también bandas de vientos, con bombo, redoblante y platillos. Las de nuestras Sabanas del Viejo Bolívar las percibió en su infancia en el Parque Santander de Sincelejo, ciudad donde nació un 18 de febrero de 1949 del vientre de Ana Margarita (Margoth) Gómez Paternina. Las norteamericanas las escuchó en casa de Alex Acosta en Barranquilla, adonde lo llevó el padre de éste, Jorge Rafael, a los 7 años de edad. Allí, ‘El Muñecón’ de Aracataca (1933-1999) le mostró la riqueza tímbrica de las melodías de Julian ¨Cannonball” Adderley, Benny Goodman y Charlie Parker, así como la capacidad de improvisación que el jazz permitía. Sentía el saxofón de una manera diferente, como el cantar de un pájaro al que le abren la jaula y en libertad despliega todo un repertorio represado en su triste encierro. Como quedó El Mochuelo del más grande juglar vivo del Caribe colombiano, Adolfo Pacheco, esa ave que ya no canta con la seguridad con que lo hacía cuando era libre en los Montes de María.

"Este pela’o tiene pinta de músico¨, fueron las palabras de su padrino, Cresencio Salcedo, el hijo de Palomino, municipio de Pinillos (Bolívar), que con su mochila y los pies descalzos tocaba La Múcura y Mi Cafetal con sus flautas que vendía en el Pasaje Junín, en Medellín, con las que nos deleitábamos los estudiantes que mecateábamos con las novias al frente, en la repostería Ástor, en la década del 70. A su lado ponía un letrero escrito a mano que, recuerdo, decía algo así como “Aquí no se pide limosna. Yo le vendo mis flautas desde $100 ‘asta’ (sic) $20”. Ese sonido emanado de la flauta de millo fue el que escuchó Almario en su infancia, cuando Cresencio estuvo en 1950 en Sincelejo procedente de La Guajira, donde se hizo yerbatero. Con su bautizo en la Catedral San Francisco de Asís y un padrino de semejante talla, seguramente el hijo de Margoth iba a ser músico. Dirían los fatalistas que “su destino” estaba trazado por unos adultos que se creían profetas. De ningún modo. Él recompuso, con su disciplina y su pasión, todos esos registros que en su memoria guardaba. En un Festival de Bandas de Sincelejo, donde fuimos invitados a un conversatorio, nos dijo que desde antes de ser lo que ya era, sus mayores le habían diseñado sus planes. Para mí, le dije, nadie imaginó jamás hasta donde pudo llegar con su esfuerzo y sus estudios. El destino de Justo Almario es pura construcción suya. Por seguir el consejo de Peñaloza en San Andrés y alejarse, como el ruiseñor de Voltaire, del “búho” que lo podía devorar: “Deja de cantar en la espesura de los árboles y ven a mi madriguera. Y el ruiseñor le respondió: –He nacido para cantar en las ramas de los árboles y para burlarme de ti”.  Y él le da gracias a Dios, con su inocultable sentimiento religioso que le da significación a su música.

Licho Almario se lo llevó de Barranquilla a Medellín cuando falleció su mentor Jorge Rafael Acosta. Acá el jazz se hizo viviente. Se formó con el reconocido maestro Gabriel Uribe en el Instituto de Bellas Artes y participó con el flautín en los descansos de la Italian Jazz, orquesta procedente de Manizales, en la que su padre tocaba la percusión, bajo la dirección del maestro Guillermo González (el de “No estaba muerto… estaba de parranda”). Esto lo familiarizó con esas nuevas sonoridades. El adolescente era la sensación de los asistentes al Club Medellín y el Hotel Nutibara. Un año después mostró su liderazgo e independencia y fundó el grupo Los Bachilleres del Ritmo, con cuyo nombre evocó a Los Diablos del Ritmo, la orquesta de Pello Torres, el “Coltrone de Colombia” (Ver: Almario y Pello Torres). Todo fluía en un eterno retorno a Sincelejo. Vino enseguida, también con su padre, el Combo Dilido, por donde había pasado varios años antes, como pianista, un joven de Cereté, Córdoba, y hoy gran compositor y director sinfónico: Francisco Zumaqué, quien compusiera ese coro celestial de los estadios: “¡Sí… Sí… Colombia… Sí… Sí!”. El formato de los combos comenzaba a reemplazar a las big-bands. Mas, siguieron interpretando los grandes temas del Norte: Los de Glenn Miller, Artie Shaw y otros.

Con la orquesta Cumbia Colombia de Bogotá, dirigida por el pianista y genio cartagenero Joe Madrid, innovador del jazz, quien ya hacía arreglos de fusión con música colombiana, viajó en 1965 por primera vez a los Estados Unidos.  Les fue mal, nos contó, pero obtuvieron la tan anhelada por algunos “tarjeta verde” de residencia para los talentos artísticos. Él era muy joven y se regresó a Colombia. Lo llamó Antonio María Peñaloza a la Isla de San Andrés, donde sintió el rigor de un maestro sabio, pero exigente. Volvió a Bogotá, ahora sí decidido a seguir el consejo de Peñaloza: “Vete a estudiar a los Estados Unidos, pero no te quedes en el barrio de los latinos”.

Cumplió su promesa. En 1968, estando en San Antonio (Texas), un amigo le recomendó que aspiraran a la Beca de Berklee, y Almario la ganó. Las puertas del jazz se le abrieron. En la universidad de Boston, en el verano de 1969, uno de sus profesores le dice que lo ha recomendado a una orquesta. Recibió la llamada de nadie menos que de Duke Ellington, pianista y director de una de las más famosas big bands, fundada por él en 1923, a quien se le había enfermado uno de sus músicos. El docente de Berklee le advirtió a Ellington que el joven era de Colombia y no hablaba en buen inglés, pero se hacía entender con el saxo. “Si no, devuélvelo”. Al terminar el ensayo, Duke le rodeó los hombros con su brazo y en paternal gesto le dijo: ¨Por favor, ven y toca estos cuatro conciertos mientras se recupera mi saxofonista". Y el ruiseñor de Sincelejo comenzó a volar con los cantos de las tantas composiciones de “El Duque”, uno de los más grandes de la historia de la música, quien, además, con gran generosidad componía para resaltar el estilo y las habilidades individuales de sus músicos.

Justo Almario fue a Boston para trascender. Berklee le abrió las puertas a su talento y él las amplió con su actitud. Y evolucionó su modo de pensar, musical y armónicamente. Por otras circunstancias de la vida, en 1971 el conguero cubano Mongo Santamaría (Ramón Santamaría Rodríguez,1922-2003), uno de los pioneros del desarrollo del Jazz Latino en Norteamérica, lo invitó temporalmente a sustituir con urgencia a un saxofonista de su orquesta. No hay cosas más permanentes que las imaginadas que son por un mientras tanto, porque terminan siendo para mientras siempre. A los seis meses se convirtió en director musical de la orquesta, grabaron seis discos (Fuego: 1973, Live at Yankee Stadium: 1974, Ubane: 1976, Mongo mongo: 1978 e Images: 1980), y recorrió el mundo con Mongo, quien le enseñó el sentir de la música afrocubana. Pero, al tiempo, Almario le dio la oportunidad de mostrarle los “golpes sonoros” de los Gaiteros de San Jacinto, de Pello Torres, Lucho Bermúdez y Pacho Galán. Ese monstruo del que Tito Puentes dijera que con él aprendió de sones y rumbas más que si hubiera ido a una universidad, se entusiasmó mucho con la cumbia y un día le dijo: “Oye, Justo, cómo es eso de la cumbia, quiero saber cómo es ese golpe, tú sabes que lo mío es el guaguancó”. Y surgió “A Colombia me voy”, una de las primeras y mejores fusiones de cumbia con latin jazz que se han hecho. Llegaron luego los conciertos, como el muy famoso de salsa del 24 de agosto de 1973 en el estadio de los Yankees de Nueva York. Fue a Cuba y actuó con Gonzalo Rubalcaba, y enriqueció más su vocabulario musical. De ahí salió el álbum Mongorama, que recoge mucho del trabajo de Mongo de los años 50, e hicieron una fusión de charanga con jazz.

En 1982 Justo se trasladó a California y se unió a la banda Koinoia (comunión), conformada entre otros por el bajista Abraham Laboriel, su amigo y compañero de siempre, desde Berklee, y el baterista peruano Alex Acuña. Grabaron tres discos y realizaron seis giras por Europa. Organizó en Los Ángeles, en 1983, la Banda Tolú, una selección Panamericana de talentosos jóvenes de Colombia, Perú, Puerto Rico, Cuba, Venezuela y de los Estados Unidos, con cuyo nombre quiso recordar al otrora mejor balneario del Golfo de Morrosquillo. El Bongó de Van Gogh, con Tolú, fueron nominados a los Premios Grammy Latino 2003. Allí está reflejada su identidad, esa que hace ver su trabajo diferente al de los demás. La denominada por él “sonoridad sabanera”. Por eso cuando piensa en los grandes de la historia del jazz hace una asociación genial: Lucho Bermúdez - Duke Ellington, Pacho Galán - Count Basie, Pello Torres – Louis Armstrong. ¿Antonio María Peñaloza?: Es al tiempo Ellington, Basie, Gershwin y Dizzy Gillespie.

Su sonido sabanero lo ha plasmado con rasgos indelebles en inolvidables canciones de grandes artistas, incluso con certificados de trabajos ganadores de premios Grammy, como "Frenesí" de Linda Ronstadt, "De mi alma latina" de Plácido Domingo, "Romance" de Luis Miguel, "Mercy" de Andrae Crouch, "Master Sessions" y "Ahora sí" de Israel López Cachao. También en obras de Tito Puente y Jennifer López. Las notas de sus clarinetes y saxos han deleitado a quienes han visto, entre otras, las películas "Happy Feet", "Sideways" y "Dirty Dancing", ganadoras de premios Oscar. Como así mismo ha musicalizado, además, "Living Out Loud" de Anne Wheeler, "Just the Ticket" de Richard Wenk, "El hombre araña 3" y los filmes animados "Río 2" y "The Road to El Dorado". Sus álbumes como solista pasan de la decena, y de ellos él resalta “Heritage”, de 1986, justamente, para hacer honor a su nombre, por la herencia recibida de la música colombiana ().

Justo Almario, el Sincelejano Universal, vive aún en Los Ángeles con su esposa, la antropóloga méxicoamericana Bárbara Acosta (el retorno perenne a las Sabanas por el apellido Acosta), con quien tiene cinco hijos. Allí ha sido concertista, productor, y profesor en la facultad de música de la Universidad de California (UCLA). Admira a grupos contemporáneos colombianos como Chocquibtown, aun cuando pone de presente su preocupación por las secuelas de las nuevas tecnologías. Critica que haya quienes se creen músicos, pero no dominan los instrumentos básicos. Ellos carecen de una valoración musical positiva, por lo que aconseja usarlas sabiamente. Pero que llegue al corazón. “De no ser así, dice Justo, un día vendrá una abuela como la mía y se quejará”.

Y tienes razón Justo Almario Gómez, porque la música que no vuelve al corazón, de donde sale... ¡No es música! Lo decía Beethoven.

FUENTES:

Justo Almario, el colombiano en las grandes ligas del jazz latino (2012). https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12170197

Justo Almario: El Caribe es el palpitar del corazón (2011). https://www.elespectador.com/entretenimiento/unchatcon/justo-almario-el-caribe-el-palpitar-del-corazon-articulo-297953

Justo Almario, el poder de su melodía en ‘El cuento musical’ de Daniela Cura (2016). http://zonacero.com/sociales/justo-almario-el-poder-de-su-melodia-en-el-cuento-musical-de-daniela-cura-68064

Justo Almario, un saxofonista que lleva los sonidos de Colombia a grandes temas. EFE (2001). https://www.ultimahora.com/justo-almario-un-saxofonista-que-lleva-los-sonidos-colombia-grandes-temas-n442362.html

Justo Almario “De la vida espero muchos años para hacer lo que más me gusta” (2011). https://www.eluniversal.com.co/suplementos/dominical/justo-almario-de-la-vida-espero-muchos-anos-para-hacer-lo-que-mas-me-gusta-4-PTEU121806

La herencia musical de Justo Almario (2016). https://revistas.elheraldo.co/latitud/la-herencia-musical-de-justo-almario-139095

Justo Almario, leyenda del jazz colombiano (2018). https://www.radionacional.co/noticia/justo-almario/justo-almario-leyenda-del-jazz-colombiano

https://www.youtube.com/watch?v=WQ1O9nGxHl8

Entrevistas en vídeos: Telecaribe. 1994 https://www.youtube.com/watch?v=E2v83e3QAQY                                                  https://www.youtube.com/watch?v=nqX2zKRsKcw https://www.youtube.com/watch?v=HRJ-N5_0x50